sábado, 27 de agosto de 2011

Entrevista a Carlos María Domínguez


Entrevista a Carlos M. Domínguez: 
Pasiones y rituales por los libros

 



Escrito con una prosa exquisita, que por momentos roza lo poético, "La casa de papel" de Carlos María Domínguez refleja los fervores y pasiones de los amantes de los libros.











    El protagonista de "La casa de papel", Carlos Brauer, es uno de esos amantes de los libros; arruinado y vencido ante la pérdida de su archivo, se retira a un pueblo de las costas uruguayas para construirse una casa con sus amados libros, leídos y subrayados con pasión y conseguidos a costa de su fortuna.
    Esta nouvelle, publicada por Alfaguara, recorre accidentes, rituales, fetichismos, fanatismos y obsesivas persecuciones de ejemplares únicos.
Fue traducida a dieciocho idiomas y lleva vendidos más de cien mil ejemplares, obtuvo varios premios, entre ellos el Premio Fundación Lolita Rubial y Narradores de la Banda Oriental, el Premio de los Jóvenes Lectores de Viena, Austria, y este año fue finalista del Athenas Price for Literatura, en Grecia.
    Carlos María Domínguez, escritor y periodista nacido en Buenos Aires en 1955 y radicado en Montevideo, Uruguay, desde 1989, autor, entre otros, de "Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti", en colaboración con María Esther Gillio, y de las novelas "Tres muescas en mi carabina" y "El bastardo". 

- ¿Qué lo llevó a escribir "La casa de papel"?
- Los años de lectura me enfrentaron al crecimiento de mis bibliotecas en sucesivas y modestas viviendas. ¿Por qué juntaba tantos libros? ¿Y por qué lo hacían mis amigos?
La investigación para un artículo periodístico me llevó a conocer al dueño de una librería de ediciones antiguas y al bibliófilo que en la novela aparece bajo el nombre de Agustín Delgado. Por entonces había comprado un terreno en un bosque de las inmediaciones de la Laguna de Rocha y levantaba una cabaña de madera.
Una noche, junto al fogón, mientras miraba la estructura de los palos de eucalipto y la ausencia de paredes, me dije: ¿qué pasaría si usara los libros de mi biblioteca como ladrillos? ¿Serían capaces de darme abrigo?, ¿y yo, sería capaz de enterrarlos en el cemento?
Las tres cosas se juntaron esa noche junto al fuego. ¿Por qué un hombre destruiría su biblioteca en una casa? ¿Y por qué, luego, destruiría esa obra de nuevo? 

-¿Conoció algún amante de los libros que le inspiró al personaje Carlos Brauer?
-Conocí muchos amantes de los libros, unos desordenados, otros delicados, otros fetichistas, otros compulsivos.
Amantes de la lectura y amantes de las ediciones, lectores capaces de leer una novela caminando por la calle, ladrones de libros, tipos que durante las dictaduras enterraron libros en sus jardines, los quemaron en sus baños, otros prefirieron morir antes que desprenderse de sus lecturas, y al perro que devoró, con riesgo de vida, una edición de "Los hermanos Karamazov". 

      Esas pasiones están en la novela y en conjunto imaginaron al bibliófilo Carlos Brauer. -"La casa de papel" es, en cierta manera, un ensayo sobre la relación del lector con su biblioteca. Logra armar el universo de esa gran puerta en el tiempo que son los libros, parafraseando a Borges. Es una relación de espejo, tal si ambos, biblioteca y lector, se expusieran y reflejaran Como afirma Delgado en la novela, una biblioteca también es el testimonio de un viaje en el tiempo, el real y el de la imaginación, por cierto, no menos real. Podemos visitar la Rusia zarista con Tolstoi, Grecia arcaica con Homero, la Argentina de Roberto Arlt, porque las palabras son la química del tiempo.

-¿Qué motivos llevan a Brauer a enterrar su valioso tesoro que son los libros bajo el cemento?
-Lo que creo entender que le pasó a Brauer, es que era un conquistador, un hombre enfrentado a los límites de su deseo, y consumando su obra hasta las fronteras más sofisticadas de la lectura, se animó a destruirla con la temeridad, la locura y la incertidumbre de quien cruza su propia línea de sombra sin saber adónde lo llevarán sus pasos.
Me parece que lo alentaba un reclamo vital, robustecido a la sombra de sus lecturas y la necesidad de confrontar el valor de la literatura con su materialidad de tinta y papel encuadernado.
De allí que se animara a ese gesto brutal donde la vanidad quedaba humillada en la inclemencia marina como una burla de la naturaleza, pero también del sinsentido de su propia vida, atrapada en el culto fetichista de su obra. A tal extremo de fetichismo, tal extremo de brutalidad. Con la misma pasión con que había levantado su biblioteca debía destruirla para ir detrás de una nueva experiencia que lo justificara ante sí mismo.

-Encima la destruyó dos veces...
-Cuando la encerró en el cemento y cuando le llegó el pedido de Bluma, que para él representó una señal, un pretexto para volver a cruzar otra línea de sombra.
No sé qué hubiera hecho si no hubiese recibido esa carta que le pedía el viejo ejemplar. Presumo que se aferró a ella para dar un paso más y liberarse. Intuyo que su relación con Bluma fue ocasional, hecha de gestos amorosos y desafiantes.
Le dijo a ella que nunca haría algo capaz de sorprenderla y lo convirtió él en un desafío propio porque ya lo traía consigo. Y al fin la ocasión y el motivo eran galantes, triviales como devolver un libro, cuando en torno de ese ejemplar se anudaba algo insondable y tremendo. 

-¿Existe relación entre los libros y el mar, que son los destinos que elige en su vida Brauer?
-El mar es el origen de la vida y los libros portan la vocación que distingue al hombre entre el resto de las criaturas, la palabra.
Entre las miasmas y el poema de amor hay un largo viaje. Pero el libro que carga las palabras tiene una condición natural que lo vuelve frágil, perecedero frente a las fuerzas de la naturaleza que le dieron origen.
Representan una lucha inagotable por el afán de prevalecer a la que no renunciaremos, aunque estemos condenados a la derrota. 

-¿Los libros pueden cambiar el destino de las personas?
-Sin ese poder, Alonso Quijano no se hubiera convertido en don Quijote de la Mancha, ni Cervantes en el padre de la novela moderna.
Los libros parecen inocuos, pero no lo son. Hacen bien, hacen mal, trastocan la vida de las personas a tal punto que unos les rinden religiosa pleitesía y otros los queman en hogueras.


 Por PABLO MONTANARO