jueves, 23 de septiembre de 2010

Cosas de perros... humanos abstenerse

A veces, algunos juegan con las formas de la amistad, otros con las del amor, y algunos más con las del compañerismo. Y cual lente de caleidoscopio distorsionan lo evidente para volverlo obtuso y sacar mezquina ganancia, como el pescador en el río revuelto. Pero ese es otro asunto, que quizás salga a la luz en este espacio, algún día.



Me paso buenos momentos mirando cómo juegan mis perros, los más cachorros, Tobías y Tiana, devenidos simplemente en Toto y Tota. El ritual del juego siempre lo inicia Tota, o la percherona, como la bautizó mi amiga Claudia. Todo vale para captar la atención del macho: pasar por delante con el conejito de felpa, o con alguna pantufla robada, o con metros de papel higiénico capturado en el instante en que la puerta del baño no se cerró, o con el repasador olvidado en una silla, o una de las piedras que adornan la biblioteca de la docente que habita este mundo extraño… lo dicho: todo vale. Y el poder femenino de la seducción es sobrenatural, sin dudas… el macho sucumbe por fin y comienza a perseguirla, sabiendo que la percherona no es fácil de engañar… y claro, es fémina al fin en su esencia, no?

¿Se imaginan los juegos de los humanos como los de los niños o los de mis cachorros? Con esa inocencia natural, con la picardía basada en el fin único de divertirse, de compartir la inmensidad de un sonrisal sin límites… entiendo, es imposible de imaginar viendo este mundo y sus fotografías del horror… pero bueno, algunas hay aún de las otras, sí señores… fotos de afectos, ya sean digitales, mentales, personales... 

Siempre digo que mientras más conozco a la gente, más quiero a Bruna, mi perra vieja que, con su naricita rota de tanto rascarse en el almohadón, aún busca su pelota para invitarme a jugar. Quitarle su almohadón sería una crueldad pero evitaría que se lastime... qué dilema ¿verdad?

Y me pregunto qué pasaría si quito los almohadones de varios afectos, ¿cómo quedaría mi nariz? ¿cuáles serían sus efectos? ¿acaso sirve estar atajándose siempre? ¿filtrándolo todo para amortiguar y dejar pasar? Y diría que no, mucho no sirve, ni de un lado ni de otro, entonces, ¿qué nos hace actuar así en vez de deponer armas, sonreír y preguntar “qué pasa”? Qué ME hace actuar así… Es conocida mi frialdad, mi incapacidad para pedir perdón, mi falta de sensibilidad en algunas decisiones, mi parca actitud cuando se espera de mí un abrazo.

 Hay algunos NO muy saludables, es cierto, pero otros parecen ser salidas fáciles, por la puerta trasera, sin dejar huella ni aroma, sin dejar posibilidad de replantear, sin dejar un hilo como para retomar el camino. No hablo de esos NO, sino de aquellos que dan por finalizada una etapa, aquellos que señalan un límite, aquellos que diferencian un yo de un vos, aquellos que marcan pero para indicar que el aprendizaje se efectuó en el más profundo acto de amor, aunque eso signifique la renuncia.

 Estoy diciendo algunos NO, con varios me siento reconfortada, con otros no tanto pues aún resisto, aún les veo una onda más en el agua cuando se les arroja la piedra, aún percibo que los letargos son apenas un alto, para reacomodar los sentimientos y las acciones, antes de detenerlo todo.

Son un tesoro, sin dudas, y sé que los cuido y los descuido, que los acerco y los alejo, será quizás entonces que me tiembla  el mundo, que se abren cráteres de donde erupcionan helados fuegos que pocos comprenden, que se provocan grietas que parecen succionarlo todo y se cierran ocultando el misterio sin respuesta, que las miradas se apagan, que las manos pierden su tacto, que la voz se quiebra, que los abrazos no dados superan escandalosamente a los dados pero aún son. Sí. Son mis afectos.

 Y mi nariz sigue olfateándolos, aunque también a veces la hundo en el almohadón y no digo nada, lloro bajito en ocasiones y en otras, simplemente dejo que las cosas ocurran, sin intervenir mucho.

 Acaba de asomar el sol, cierta tibieza atraviesa el vidrio, cierto gusto amargo acaba de atravesar mi corazón. Algunas cosas deben ser enfrentadas, sin dudas, hacerse cargo de lo que se siente y tirar el almohadón. No debe ser tan duro el golpe, no tanto al menos como para no poder pasarlo de pie, como para no poder abrir los brazos y percibir los límites del otro muy cerca de los propios para tener esa sensación de unicidad por un instante precioso, donde todo se ordena una vez más…

Sólo tenía ganas de jugar un rato, de dejar las ironías de lado y de disfrutar lo creado y la creación, aunque en mi agnosticismo, prefiero la re-creación. Amén. Y a otro perro con ese hueso...

Silvia C.


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