De
las variadas cosas que comparto con mi hija, sin dudas ir al río es una de las
más lindas. Un domingo de sol, una siesta de invierno, las ganas de explorar,
el deseo de compartir, la risa cristalina y clara como el cauce del
Calabalumba, son siempre milagros que se repiten entre madre e hija, entre esta
madre y esta hija. Y por supuesto, la cámara dispuesta y el ojo atento. Es un ritual que únicamente nosotras
compartimos, acordamos en silencio a veces la estrategia y nos largamos a la
caminata, que a veces es corta, a veces es larga, pero siempre se vuelve con
algo nuevo, algo viejo y muchos abrojos en la ropa!
El río pasa flaco, los fantasmas a su orilla aún muestran la furia de la
última crecida fuerte, las nuevas piedras son testigos de inesperadas visitas,
la antigua orilla presenta nuevas formas, los niños forman nuevos diques y
algunas plantas acuáticas encuentran amorosos refugios para vivir.
La competencia de piedras y salpicadas, el equilibrio y la risa al caer
al agua, el descanso admirando el más limpio de los cielos, las ganas de saber
qué habrá tras la gran piedra, la intriga de algunas pocas bateas… todo nos
pertenece y por eso le rendimos homenaje, disfrutando y cuidando, por hoy y por
los próximos paseos.
Arrojás una piedra y observás las ondas.
Se expanden mansamente. Cabalgan, dibujan, juegan, se diluyen, llegan a una
orrilla, rebotan, regresan... muchas posibilidades, verdad? y todo lo provocó
una piedra y también claro está, la intensidad con que fue arrojada, aunque
también, la intención.
A lo largo de los diversos ríos, cuántas piedras arrojadas, verdad? De
todos los tamaños, de todas las formas, con todas las fuerzas y debilidades
posibles. Algunas con furia, otras con resignación, unas pocas con amor, otras
con apenas un dejo de esperanza, pero todas con la nítida señal de provocar un
movimiento, de alterar un aparente orden, de insinuar un comienzo, de presagiar
un final, de detener el instante en esos círculos concéntricos que abarcan la
nada y escapan de todo.
Muchas de mis piedras llegaron al fondo sin que las ondas modifiquen
ningún estado, se acumularon sistemáticamente formando un sólido muro,
perfectamente encastrado, seguro, protector, aislante también.
Algunas piedras en cambio, reprodujeron ondas perfectas, que tocaron
formas que las hicieron perder su belleza pero que sin embargo conmovieron y se
abrieron en abrazos azules, mis favoritos.
Y unas pocas, se desvanecieron en tu mirada, a salvo, lejos de
impurezas, seguras en tu muelle, tranquilas y en reposo, con la inmensa paz de
tu forma.
Hoy he arrojado una nueva piedra, aún veo las ondas multiplicarse, la
orilla es difusa, el espejo es inmenso, pero la intensidad lo abarca todo y el
juego comienza otra vez...
Calabalumba, así se llama nuestro río, fue la hermosa india que se
enamoró prohibidamente de Uritorco… pero el deseo de estar juntos pudo más y
hoy el río nace de las entrañas de su amante y corre libre, aunque debe
soportar, no ya la furia de un padre necio, sino la desidia de la gente que no
cuida la belleza de este regalo y que, con indiferencia, mancilla velo de aquella
novia inocente y descuida su esencia.
Parafraseando a Santoro y a su poesía, me sale esta "piedra":
Tiempo
Fugaz, del Modo Eterno
Yo soñaba
tú perdonabas
él mataba
nosotros huíamos
vosotros reíais
ellos amaban.
Silvia C.
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