viernes, 24 de septiembre de 2010

Piedras




  De las variadas cosas que comparto con mi hija, sin dudas ir al río es una de las más lindas. Un domingo de sol, una siesta de invierno, las ganas de explorar, el deseo de compartir, la risa cristalina y clara como el cauce del Calabalumba, son siempre milagros que se repiten entre madre e hija, entre esta madre y esta hija. Y por supuesto, la cámara dispuesta y el ojo atento.  Es un ritual que únicamente nosotras compartimos, acordamos en silencio a veces la estrategia y nos largamos a la caminata, que a veces es corta, a veces es larga, pero siempre se vuelve con algo nuevo, algo viejo y muchos abrojos en la ropa!
  El río pasa flaco, los fantasmas a su orilla aún muestran la furia de la última crecida fuerte, las nuevas piedras son testigos de inesperadas visitas, la antigua orilla presenta nuevas formas, los niños forman nuevos diques y algunas plantas acuáticas encuentran amorosos refugios para vivir.
  La competencia de piedras y salpicadas, el equilibrio y la risa al caer al agua, el descanso admirando el más limpio de los cielos, las ganas de saber qué habrá tras la gran piedra, la intriga de algunas pocas bateas… todo nos pertenece y por eso le rendimos homenaje, disfrutando y cuidando, por hoy y por los próximos paseos.


Arrojás una piedra y observás las ondas. Se expanden mansamente. Cabalgan, dibujan, juegan, se diluyen, llegan a una orrilla, rebotan, regresan... muchas posibilidades, verdad? y todo lo provocó una piedra y también claro está, la intensidad con que fue arrojada, aunque también, la intención.
    A lo largo de los diversos ríos, cuántas piedras arrojadas, verdad? De todos los tamaños, de todas las formas, con todas las fuerzas y debilidades posibles. Algunas con furia, otras con resignación, unas pocas con amor, otras con apenas un dejo de esperanza, pero todas con la nítida señal de provocar un movimiento, de alterar un aparente orden, de insinuar un comienzo, de presagiar un final, de detener el instante en esos círculos concéntricos que abarcan la nada y escapan de todo.
    Muchas de mis piedras llegaron al fondo sin que las ondas modifiquen ningún estado, se acumularon sistemáticamente formando un sólido muro, perfectamente encastrado, seguro, protector, aislante también.
    Algunas piedras en cambio, reprodujeron ondas perfectas, que tocaron formas que las hicieron perder su belleza pero que sin embargo conmovieron y se abrieron en abrazos azules, mis favoritos.
    Y unas pocas, se desvanecieron en tu mirada, a salvo, lejos de impurezas, seguras en tu muelle, tranquilas y en reposo, con la inmensa paz de tu forma.
    Hoy he arrojado una nueva piedra, aún veo las ondas multiplicarse, la orilla es difusa, el espejo es inmenso, pero la intensidad lo abarca todo y el juego comienza otra vez...


  Calabalumba, así se llama nuestro río, fue la hermosa india que se enamoró prohibidamente de Uritorco… pero el deseo de estar juntos pudo más y hoy el río nace de las entrañas de su amante y corre libre, aunque debe soportar, no ya la furia de un padre necio, sino la desidia de la gente que no cuida la belleza de este regalo y que, con indiferencia, mancilla velo de aquella novia inocente y descuida su esencia.

    Parafraseando a Santoro y a su poesía, me sale esta "piedra":

    Tiempo Fugaz, del Modo Eterno

 Yo soñaba
    tú perdonabas
          él mataba
               nosotros huíamos
                   vosotros reíais
                         ellos amaban.

Silvia C.

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