miércoles, 22 de septiembre de 2010

El delirio provoca cada cosa a veces...


A veces uno no quiere, se resiste, pone mil excusas pero finalmente cede, ah la eterna negociación... el asunto es que quedó con forma de ¿? mmm quién sabe pero quedó fundado en la alegría de haber compartido la escritura con vos. Gracias Claudia.


El viaje


    Era uno de esos viajes que otorgan el permiso para decir “hago lo que tengo ganas” y con esa idea en la mente viajaba sin rumbo exacto y sin objetivo de búsqueda. Quizás por esa razón lo que sucedió me bendijo con el agua de la sorpresa inesperada y cambió ciertas hojas de ruta en mi viaje personal.

    El recorrido era tranquilo. Salir de Capilla del Monte hacia el norte era perderse en un paisaje que se abre generoso y que invita a disfrutarlo a pleno. Seguramente el desvío surgiría como surgen las cosas sencillas, simplemente ante mí, como estaba surgiendo una historia mínima, a raíz de la inquietante pregunta de un alumno surgida en una clase reciente: “¿para qué sirve leer?” Ese episodio escolar disparó la creación de un personaje que hilaba sus pensamientos de la siguiente manera:

   “Nada sorprendente había ocurrido en su vida, nada parecía ocurrir en su vida… Hace muchos años que sueña un encuentro aquí,  en este sitio exacto donde fue acariciado por última vez. No logra entender el silencio. Las ausencias lo condenan a permanecer en lo oculto cuando, paradójicamente, ofrece la posibilidad de mil mundos y vidas para que se renazca en ellas una y otra vez.

    Algunas cosas suceden más allá de nuestra voluntad y él  creía que hoy su pensamiento la traería a su lado , pero sólo una sombra semejante a  un espacio vacío lo rodeaba.

    No comprendía los motivos, las razones o sinrazones del alejamiento; aún percibía el aroma de sus sueños, la eufonía de sus sentimientos, el movimiento de sus ideas. ¿Volvería? Un sonido imperceptible, un aroma apenas conocido, un susurro que abre los sueños… ¿Sería ella? Lentamente el milagro ocurre… sus páginas una a una se abren a los sentidos, y por fin emerge de la oscuridad...”

    Estaba pensando en el remate final cuando aparecieron. Inmensas, silenciosas, testigos de un misterio convertido en leyenda. Eran las sierras de Ongamira que en épocas de conquistadores y conquistados habían abierto sus entrañas para conformar las cuevas de los comechingones. El  desvío estaba ante mis ojos y hacia ese lugar conduje mi auto.

    Fui recibida por unos perros que acompañaron mi trayecto prudente y que,  como custodios míticos del lugar, se detuvieron indicando el sitio que me correspondía. Algunos minutos después, apareció el hombre. En su rostro estaba dibujado el mapa de vidas pasadas, de sus manos surgían los ademanes prudentes del que desconfía y en su mirada se leía la tristeza resignada del destino otorgado.

    Le pregunté si podía recorrer el lugar y observar las cuevas y las marcas de sus antiguos habitantes. Un ademán de su cabeza me indicó que sí, pero suavemente agregó: “no es bueno andar solo en territorio de tragedias”. Quedé mirándolo un instante y deslicé la invitación sin mucho convencimiento: “¿usted me puede acompañar?” Así comenzó un recorrido que abarcó algo más que entrañas e historias. Procuro reproducir aquí, las palabras dichas ese día de octubre cuando ya no volví a ser la misma, cuando el viaje de regreso devolvió otra mirada al mundo de mis lecturas.

    -¿Hace mucho que vive aquí… señor…? le dije cuando comenzamos a seguir la huella.

     -Todos me llaman Rosendo, y vivo acá desde que nací, ¿ve esa última puerta?   -me dijo indicando la vivienda que iba quedando atrás-  ahí me parió mi madre. Tengo unos 73 o 75 años.

    Seguimos caminando y se escuchó la música de mi celular. Abrí mi bolso para apagarlo rápidamente y en la maniobra torpe un libro de Lengua y Literatura cayó al suelo. Rosendo lo vio y me preguntó si era maestra. “Profesora” contesté con cierto aire de grandeza. “Ajá” dijo él.

   Caminamos en silencio por un largo rato. El viento traía los rumores de la tierra y nuestros pasos apenas se distinguían en el concierto de las sierras. Rosendo señaló una hendidura en la desgastada roca por la cual asomaban tímidas, las aristas del cuarzo.

    -Esta es la primera escritura que dejaron los antiguos, los que interpretaban el mundo sin necesidad de leer, ¿entiende eso, profesora? – me dijo al tiempo que señalaba siluetas que encerraban la tragedia sucedida.

    -Sí, lo entiendo dentro del momento histórico. Pero creo que sí leían, aquellos pocos que tenían el don de descifrar las señales de la naturaleza, leían ese mundo cíclico, eterno, seguro, concedido como un milagro. Sin embargo, hoy les sería imposible entender el mundo donde habita una sociedad con organizaciones complejas y que demanda  competencias específicas para que sus individuos logren ser incluidos.

    Al pronunciar la última palabra admití el desacierto de mi discurso, el guía hablaba de sus maestros y yo de teorías refutables.

   Rosendo siguió con su mirada el vuelo de un águila y no parecía interesado en mi retórica intelectual. Cuando el ave se perdió en el horizonte percibí que el hombre se había sumergido por un momento en las luchas ancestrales, en los gritos ahogados, en los rostros resignados y en los cuerpos firmes aún ante el final trágico. Por fin, dijo:

   -Dígame, ¿usted sabe leer las huellas, sabe leer las hojas, sabe ubicarse con las estrellas? Su escuela, profesora, dejó de lado esos conocimientos y enseña únicamente lo que los libros dicen, nada más, y por eso muchas culturas quedan olvidadas, ignoradas. El poder es de pocos y lo sufren muchos, ¿no le parece?

    -Esas son otras lecturas y diferentes pero no excluyentes. Las lecturas actuales permiten alternativas entre las que se puede elegir; y, lo que los libros dicen, cuando es interpretado desde la concientización del mundo de cada uno, ofrece la posibilidad de liberación. Cada individuo toma conciencia de su libertad en la medida que lee el mundo y lo interpreta. A propósito, ¿qué sucedió con los últimos comechingones? ¿es cierta esa desaparición misteriosa? ¿fue una liberación?

    -Ellos decidieron volver a la tierra antes de que los sometieran…

    -Entiendo. Hoy sería importante para que no sometan a ningún pueblo, a ninguna cultura, que los individuos defiendan lo propio con el poder del conocimiento y su transmisión…

    -Los míos transmitieron sus conocimientos de generación en generación y no sobrevivieron a la invasión.

   El silencio cubrió el paisaje, el instante se detuvo, la vida otorgaba la posibilidad de ser otra vez. El vuelo se reinició y dije:

    -Hoy la invasión es a otro nivel, los que dominan el conocimiento y la información someten a los sectores iletrados como cultura superior. Usted tendrá nietos, imagino.

    -Sí, una nieta.

    -¿Y maneja herramientas modernas como computadoras y teléfonos celulares?

    -Sí.

    -Ella tendrá entonces más oportunidad de ser incluida socialmente, ¿no le parece?

    -No lo sé, yo no la siento incluida en mi comunidad. A mi nieta le costó hablar como hablan en la escuela y hoy casi no pronuncia ninguna de nuestras palabras.

    -Bueno, la escuela la está alfabetizando para que tenga mejores posibilidades y si ella ve la importancia que esas oportunidades le brindan lo hará en forma permanente, con todo lo que el mundo le ofrezca. ¿Sabe? Eso impedirá que la “invadan” y así decida no “desaparecer”.

    La cueva principal estaba ante nosotros, vientre oscuro y profundo, testigo omnipresente de la aniquilación.

    -¿Ve esas figuras? Marcan la angustia que se venía acercando, la misma que sintió mi nieta, cuando la maestra le dijo que hablaba muy mal.

    -¿Usted sabe leer?

    -Apenas.

    -¿Estas tierras son suyas?

    -Lo eran, ahora unos papeles dicen que pertenecen a una compañía y que yo soy el cuidador.

    -¿Cree usted que hubiera tenido otras posibilidades si supiera leer más allá de los carteles que conducen a este camino?

    -Quizás. Mi nieta dice que será abogada, así algún día podremos tener lo nuestro de vuelta.

    -Que bien, su nieta puede ver las diferencias entonces.

    -¿Diferencias?

    -Sí, entre la persona que da la espalda al mundo, la que deja de “leer el mundo” y aquella que a través de la lectura tiene una visión política, la de la sociabilidad, ella logrará la inclusión.

   Terminé de pronunciar esas palabras y pensé en esa niña sumergida en otro vientre, tan oscuro y profundo como el ancestral, pero definitivamente más fatal.

    El recorrido terminaba y la charla se diluía en parcas palabras de despedida.

    En el camino de regreso reparé en esa nieta y en su determinación de incluir la huella de su cultura ancestral en aquella que la extinguió. ¿Será esa la verdadera dimensión política de las lecturas que hacemos de este mundo? ¿Rosendo volvería a escuchar las palabras de su pueblo de los labios de su nieta? No lo sé, yo estaba regresando; algo que ya no me pertenece había quedado en esas cuevas y en su lugar traía conmigo una  lectura diferente del mundo. Volví mis pensamientos a la historia que creció durante el viaje. “Sí, la espera había terminado y el libro sería abrazado nuevamente, acariciando cada página con renovada pasión”.

Silvia C.

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